viernes, 26 de octubre de 2007

Historias de la princesa oscura de Barcelona

Ahí va otra joya, sacada de uno de esos magníficos libros de los que por alguna razón de aislamiento cultural no se difunden mucho en Colombia. Cuando pasan tantos meses para poder hallar fuerza en medio de tanta literatura de comercio, lamento la pobreza de nuestro círculo literario. Por culpa de las estúpidas alegrías paliativas con que vivimos en Colombia, seducido por la apariencia de vivir en la capital mundial del libro, casi pude perderme la oportunidad de sumergirme en la posmodernidad de la noche barcelonesa. El vacío que nos espera en unos años logra apreciarse desde las primeras páginas de este libro. Por ahora sólo les regalo este fragmento:

Hay más fantasmas en un sola noche
que noches tiene la existencia
del fantasma de uno mismo.

Días de ira. Alfredo Viertel.

sábado, 13 de octubre de 2007

Adolescencia

Hay mañanas en que la adolescencia está esperando por nosotros al abrir los ojos. Eso me ha ocurrido hoy. Y como cuando era muy joven y madrugaba a moldear el cuerpo trotando por el bosque de San Carlos o simplemente me levantaba muy temprano y me arreglaba con esmero para ir a buscar la vida que pensaba estaba fuera de mi casa y de mí mismo, esta mañana me he levantado con el ánimo despejado para hacer las cosas. Vi mil caminos posibles de caminatas por parques metropolitanos o búsqueda de conferencias sobre temas interesantes y banales. También consideré la posibilidad de un desayuno con algún amigo madrugrador pero la realidad me dijo que esa circunstancia no cabía dentro de las mil que eran factibles: la mayoría de mis amigos se marcharon hace tiempo fuera del país a respirar aromas de viñedos, vientos secos o contaminación de urbes globales. Los otros, los pocos que quedan en Colombia, contrajeron obligaciones maritales que limitan demasiado la alternativa de revivir esa adolescencia que a mí me esperaba en la mañana. Después pensé en la posibilidad de ir al cineclub de la Biblioteca Virgilio Barco pero me detuvo la certeza que tras ese deseo estaba la oculta intención de revivir instantes de años atrás en que me reunía en ese mismo templo con Javier y José a planear proyectos nunca consumados. Entonces me decidí por mis prioridades y primero organicé en el apartamento las cosas que tenía desajustadas. Y entonces ahora, mientras una sombra de mi adolescencia sigue empujándome a la calle al tiempo que el animal adulto que me habita me llama a la responsabilidad, mientras me hago aparte para que se consume esa batalla interior entre esas dos fuerzas, decidí escribir y lanzar esta botella al mar. Pero la palabra botella me recuerda un poco de vodka que tengo enfriando dentro de una whiskera en el congelador. Mis viejos hábitos y el cliché del escritor que algún día quiero ser, me hacen ir hasta la nevera y tomar un sorbo. A veces quisiera ser un SS alemán o un soldado ruso dándose valor en el Frente del Este, y no este proyecto de pequeño burgués que la sociedad me impone ser. Indudablemente, los años y la realidad han hecho lo suyo en mi existencia. Al segundo sorbo de vodka, pienso que así como el fantasma de mi adolescencia me esperaba esta madrugada, un día lo hará la muerte. Por supuesto que no espero ver una figura pelona envuelta en capa negra y con una guadaña en la mano, simplemente creo que llegado el momento una densa niebla comenzará a cubrirme y la infinita mezcla de duda y temor por lo desconocido se apoderará de mi alma mientras abandono el cuerpo. Pero me estoy yendo por otro camino y la sombra que me espera en el futuro amenaza tragarse el fantasma luminoso de mi ayer que vino a visitarme esta mañana. Decido no ser tan imparcial en la batalla. Y si bien espero nunca tener comportamientos de “cuchacho”, inclino la balanza a favor de la adolescencia y su irresponsabilidad. Espero terminar la noche en algún bar o al menos jugando bolos alegremente. Por ahora, hago un brindis con Cernuda, y entre ambos, con este poema, le rendimos homenaje a nuestros años idos:

Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena;
fui niño prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

Adolescencia. Luis Cernuda.

miércoles, 10 de octubre de 2007

El valor de las cosas fugaces

Después de un par de semanas de machacarme la cabeza tratando de desentrañar enigmas inexistentes, sólo conseguí un dolor enorme en el cuello que me hizo caminar como robocop por dos días, y la pérdida del sentido de lo sencillo y lo fugaz. Lamentablemente fueron días en que viví con antiguas nieblas de mi corazón. Afortunadamente hoy algo me hizo recordar la belleza de las cosas pasajeras, el valor de la pasión en la vida. Y entonces, al volver al apartamento, el reencuentro con la vida me hizo sacar cajas olvidadas en el closet y buscar en una vieja agenda este poema que me dedicó una vieja amiga. Le tengo cariño porque fue dedicado en un momento especial, hace 11 años, cuando también el sentido de la vida andaba perdido entre las sombras que tuve que saborear en mi primera juventud.

Un momento de amor vale una vida,
vanos son los fantasmas del futuro.
Si el momento presente está seguro
nada hay que la ventura nos impida.

Como todo, el amor pasa y se olvida.
¿Para qué el ansia y el temor oscuro
si el momento presente está seguro
y la ventana azul está florida?

Cenizas, soledad, carbón impuro
sólo deja la hoguera enrojecida.
Nos hemos de olvidar en el futuro

mas hoy la reja azul está florida
y el momento presente está seguro.
¡Un momento de amor vale una vida!

Rondel. Aurelio Martínez Mutis.