domingo, 14 de diciembre de 2008

Otro tiempo vendrá distinto a éste

Desde hace un tiempo he decidido vivir en la ignorancia de la inmediatez. Cansado de ser un voraz consumidor de información de último momento, yo era uno de los que corría al televisor tan pronto como resonaba en la habitación la alarma que anunciaba noticias importantes y de última hora del noticiero de alguno de los canales privados de mi país. Instruido en una época que amaestraba a los ciudadanos bajo la falsa promesa de la educación como puente hacia mejores condiciones de vida y cercanía de los sueños, también creí en el espejismo de los datos y el conocimiento aparente. Y bien lo dijo Walter Benjamin, lo valioso de la información es la novedad. Por eso no es de extrañar que esta generación viva bajo algunos estigmas propios de una era de sobre abundancia de información: una memoria vacía y una adicción a todo lo que sea nuevo, no importa si absurdo. Como nunca he sido hombre de modas, -no me importa si Shakira compró casa, o si Britney Spears cambió de esposo, ni tampoco si a la beldad de la telenovela del momento se le cayó el tacón de su zapato-, y como a los noticieros colombianos les pasó lo del pastorcito mentiroso, a quien a fuerza de anunciar a gritos una mentira nadie volvió a creerle aunque dijera una verdad evidente, decidí delegar en mis conciudadanos la tácita pero meritoria tarea de seleccionar, entre retazos de farándula y goles dominicales, las noticias dignas de recuerdo y discusión. No son muchas en esta época, sobre todo porque a ellos mismos les llega el material ya seleccionado por la autocensura de los medios que buscan crear la sensación de que Colombia es un paraíso artificial donde existe un gobierno que imparte una justicia más sabia que la del propio rey Salomón y lucha contra la pobreza con más denuedo que Chris Gardner. En todo caso, mis conciudadanos cumplen muy bien su tarea y yo me ahorro tiempo: lo verdaderamente importante siempre termina siendo comentario de pasillo, chisme de salón, consuelo lingüístico para soportar el tráfico de la tarde…. Aunque también es necesario decir que en ocasiones me he visto socorrido por algún periodista honesto o con arrebatos de profesionalismo. Así fue como pude mirar más allá de la perspectiva masiva y comprender que la noticia de un niño, a quien su propio padre ordenó asesinar, fue la rastrera estrategia con que el gobierno colombiano intentó encubrir para la memoria la noticia de trece jóvenes de Soacha asesinados por soldados del Ejército de Colombia. La excusa era que estaban en combate pero ya se demostró que esto es falso. Y como los colombianos gustamos de introducir a nuestra lengua eufemismos para referirnos a los trágicos momentos de la historia, en el argot popular y de los medios esta bajeza militar se conoce como falsos positivos. No han sido los primeros pero tampoco serán los últimos en tanto que el Mesías que nos gobierna haya culminado su tarea de desahogar su resentimiento personal, aprovechando el trono que la ignorancia y el egoísmo le han construido.

Me he ido lejos en la disertación pero por alguna razón no he podido evitarlo. Todo delincuente tiene en su vida un momento de honradez, y aunque yo considero que un blog es algo así como un diario personal de aquello que puede hacerse público, tal vez hoy tuve un arrebato de sentido social, algo que desde hace años, al comprobar lo dolorosa que es la ingratitud humana, me he negado a tener. Pero siempre he tratado de ser coherente con lo que pienso, incluso con mis convicciones egoístas. Por eso es necesario aclarar que toda esta reflexión –o justificación- sobre mi permanente desinformación, no tiene otro propósito que expresar la sorpresa que sentí hoy, casi acabando el año, al enterarme a través de otro blog que el magnífico poeta español Ángel González murió el 12 de enero del presente. Viví 11 meses en la ignorancia, y aunque no siento vergüenza literaria por ello, sí me estremece pensar que no me hubiera dado cuenta que en todo este año, en el mundo, faltaba una voz que me alimentaba el alma. A veces mucha cosas confluyen en la vida y muchas historias se cruzan para que alguien pueda escribir una sola línea. Y siendo fiel a esta idea, quiero rendir un pequeño homenaje al desaparecido poeta español y rememorar un hermoso poema suyo, cuyo primer verso, en la confluencia del azar, puede ser una promesa de mejores vientos para el destino de la gente corriente de mi generación:


Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.

Otro tiempo vendrá distinto a éste. Ángel González

lunes, 1 de diciembre de 2008

Días idénticos a nubes

Lluvias torrenciales y soles feroces se han cernido sobre esta desamparada porción de tierra andina. Acciones humanas que evidencian una codicia sin límites ni explicación han convulsionado nuestros corazones y el entorno tangible y social en el que la solidaridad es sólo una palabra de diccionario. Inundaciones y estafas, sequías y hombres muertos por obra de su hermano planetario, clima ilógico y acciones humanas sin sentido. Todo esto han sido las líneas que dibujan el panorama de nuestro reciente tiempo. Y desde allí, desde lo externo natural pero también desde la realidad fabricada por el hombre según sus ambiciones, busqué justificar las sensaciones mudables que vagaban por las tardes de estas semanas y estos días. También admití la posibilidad de que es simplemente el carácter variable de la existencia terrena la que nos sumerge en días tan cambiantes que muchas veces las horas de ayer parecen lejanísimos recuerdos de una vida forastera, cuyas memorias llegan a nosotros como un accidente metafísico. Y ni hablar de los sentimientos que provoca el mañana incierto. Y cuando digo mañana no hablo del futuro sino de las horas que siguen a los instantes dormidos de esta luna.

Los días cambiantes de la adolescencia ya fueron cantados por Cernuda, esculpidos maravillosamente en un poema que inicia con un hermoso verso (“Adolescente fui / en días idénticos a nubes”) Sin embargo, la marcha del mundo, y acaso la del universo, ha contribuido a aniquilar la posibilidad de una constancia o permanencia de días transparentes. Cuando se va la adolescencia en nuestras vidas, muchos creen que con ella se alejan los días móviles, las horas que empujamos con la impaciencia de nuestra sangre y la pulsión de unos sentidos tan jóvenes que ansían devorar el mundo. Muchísimas noches del pasado creí que en el misterio de la madrugada estaba oculto el secreto de la vida, y entonces me embriagué en bares y caminé peligrosamente por calles que guardaban historias y enigmas sólo captables por intuición, nunca por entendimiento. También pensé que la vida podía hablarme a través del aire crepuscular, gastando pasos por la ciudad en aquellos momentos en que la prisa de la mayoría de personas no les permitía percibir una esencia que se filtraba por entre el ruido de motores y se alejaba hacia las esquinas de barrios populares y parques poco concurridos. Pero lo profundo de la nocturnidad y de la ligereza de la tarde fue desapareciendo con el tiempo bajo una sombra de sensatez que primero se colaba por las experiencias, modificando mi pensamiento, y luego se metió por las ventanas de las casas donde he vivido y me sumió en el sopor de la prudencia, haciéndome cerrar las puertas a la calle en horas mucho más tempranas que cuando era adolescente.

Con este breve recuento sólo quiero recordar que la adolescencia me llevaba a proyectar horizontes y no importaban los prejuicios. La vida era un inmenso camino que invitaba a recorrerlo, pero muchas veces tenía más emoción transitar por trochas paralelas. Sin embargo, luego vino la adultez y trajo consigo muchas máscaras: la cobardía disfrazada de prudencia, la madurez que oculta una pereza existencial, el prejuicio que se viste de actitud radical. Pero la vida es un río y siempre marcha. Por eso, sin pensarlo, las semanas –tal vez los meses- anteriores me han envuelto en días cambiantes, en horas de catarata que me hicieron dimensionar vivencias, tiempos y distancias. Esperas como nubes dormidas en un cielo detenido; incertidumbres negras cargadas de latidos fuertes del corazón; cambios precipitados e imprevistos que rugieron como truenos; vacilaciones leves como lloviznas pasajeras en una mañana de sábado; pero también brumas diáfanas que estaban allí solamente para suavizar un sol que me calentaba el alma; deseos pasajeros y móviles; sueños que volaban como un rebaño de algodón cósmico que me hizo –y me hace- mirar hacia otras latitudes donde me esperan otros domingos y otros vientos….. Todo eso viví en pocas semanas…... Y si bien, mi adolescencia terrenal está lejana, pérdida en una distancia que ya comienza a medirse por décadas, recientemente he vivido días idénticos a nubes. Y la voz de ese universo que me habla, me dice que esos instantes profundos sólo vislumbran su infinitud desde la adolescencia universal, desde ese eterno periodo de tiempo que, a su vez, es parte de una eternidad mayor; etapa de una existencia que inició antes de mi nacimiento y se prolonga, y continuará prolongándose -gracias a esa materia invisible que habita el comos y compone nuestra alma-, más allá de los pulsares, de las galaxias lejanas, del tiempo plano y el espacio curvo que ni científicos ni místicos han logrado descifrar.