domingo, 14 de diciembre de 2008

Otro tiempo vendrá distinto a éste

Desde hace un tiempo he decidido vivir en la ignorancia de la inmediatez. Cansado de ser un voraz consumidor de información de último momento, yo era uno de los que corría al televisor tan pronto como resonaba en la habitación la alarma que anunciaba noticias importantes y de última hora del noticiero de alguno de los canales privados de mi país. Instruido en una época que amaestraba a los ciudadanos bajo la falsa promesa de la educación como puente hacia mejores condiciones de vida y cercanía de los sueños, también creí en el espejismo de los datos y el conocimiento aparente. Y bien lo dijo Walter Benjamin, lo valioso de la información es la novedad. Por eso no es de extrañar que esta generación viva bajo algunos estigmas propios de una era de sobre abundancia de información: una memoria vacía y una adicción a todo lo que sea nuevo, no importa si absurdo. Como nunca he sido hombre de modas, -no me importa si Shakira compró casa, o si Britney Spears cambió de esposo, ni tampoco si a la beldad de la telenovela del momento se le cayó el tacón de su zapato-, y como a los noticieros colombianos les pasó lo del pastorcito mentiroso, a quien a fuerza de anunciar a gritos una mentira nadie volvió a creerle aunque dijera una verdad evidente, decidí delegar en mis conciudadanos la tácita pero meritoria tarea de seleccionar, entre retazos de farándula y goles dominicales, las noticias dignas de recuerdo y discusión. No son muchas en esta época, sobre todo porque a ellos mismos les llega el material ya seleccionado por la autocensura de los medios que buscan crear la sensación de que Colombia es un paraíso artificial donde existe un gobierno que imparte una justicia más sabia que la del propio rey Salomón y lucha contra la pobreza con más denuedo que Chris Gardner. En todo caso, mis conciudadanos cumplen muy bien su tarea y yo me ahorro tiempo: lo verdaderamente importante siempre termina siendo comentario de pasillo, chisme de salón, consuelo lingüístico para soportar el tráfico de la tarde…. Aunque también es necesario decir que en ocasiones me he visto socorrido por algún periodista honesto o con arrebatos de profesionalismo. Así fue como pude mirar más allá de la perspectiva masiva y comprender que la noticia de un niño, a quien su propio padre ordenó asesinar, fue la rastrera estrategia con que el gobierno colombiano intentó encubrir para la memoria la noticia de trece jóvenes de Soacha asesinados por soldados del Ejército de Colombia. La excusa era que estaban en combate pero ya se demostró que esto es falso. Y como los colombianos gustamos de introducir a nuestra lengua eufemismos para referirnos a los trágicos momentos de la historia, en el argot popular y de los medios esta bajeza militar se conoce como falsos positivos. No han sido los primeros pero tampoco serán los últimos en tanto que el Mesías que nos gobierna haya culminado su tarea de desahogar su resentimiento personal, aprovechando el trono que la ignorancia y el egoísmo le han construido.

Me he ido lejos en la disertación pero por alguna razón no he podido evitarlo. Todo delincuente tiene en su vida un momento de honradez, y aunque yo considero que un blog es algo así como un diario personal de aquello que puede hacerse público, tal vez hoy tuve un arrebato de sentido social, algo que desde hace años, al comprobar lo dolorosa que es la ingratitud humana, me he negado a tener. Pero siempre he tratado de ser coherente con lo que pienso, incluso con mis convicciones egoístas. Por eso es necesario aclarar que toda esta reflexión –o justificación- sobre mi permanente desinformación, no tiene otro propósito que expresar la sorpresa que sentí hoy, casi acabando el año, al enterarme a través de otro blog que el magnífico poeta español Ángel González murió el 12 de enero del presente. Viví 11 meses en la ignorancia, y aunque no siento vergüenza literaria por ello, sí me estremece pensar que no me hubiera dado cuenta que en todo este año, en el mundo, faltaba una voz que me alimentaba el alma. A veces mucha cosas confluyen en la vida y muchas historias se cruzan para que alguien pueda escribir una sola línea. Y siendo fiel a esta idea, quiero rendir un pequeño homenaje al desaparecido poeta español y rememorar un hermoso poema suyo, cuyo primer verso, en la confluencia del azar, puede ser una promesa de mejores vientos para el destino de la gente corriente de mi generación:


Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.

Otro tiempo vendrá distinto a éste. Ángel González

lunes, 1 de diciembre de 2008

Días idénticos a nubes

Lluvias torrenciales y soles feroces se han cernido sobre esta desamparada porción de tierra andina. Acciones humanas que evidencian una codicia sin límites ni explicación han convulsionado nuestros corazones y el entorno tangible y social en el que la solidaridad es sólo una palabra de diccionario. Inundaciones y estafas, sequías y hombres muertos por obra de su hermano planetario, clima ilógico y acciones humanas sin sentido. Todo esto han sido las líneas que dibujan el panorama de nuestro reciente tiempo. Y desde allí, desde lo externo natural pero también desde la realidad fabricada por el hombre según sus ambiciones, busqué justificar las sensaciones mudables que vagaban por las tardes de estas semanas y estos días. También admití la posibilidad de que es simplemente el carácter variable de la existencia terrena la que nos sumerge en días tan cambiantes que muchas veces las horas de ayer parecen lejanísimos recuerdos de una vida forastera, cuyas memorias llegan a nosotros como un accidente metafísico. Y ni hablar de los sentimientos que provoca el mañana incierto. Y cuando digo mañana no hablo del futuro sino de las horas que siguen a los instantes dormidos de esta luna.

Los días cambiantes de la adolescencia ya fueron cantados por Cernuda, esculpidos maravillosamente en un poema que inicia con un hermoso verso (“Adolescente fui / en días idénticos a nubes”) Sin embargo, la marcha del mundo, y acaso la del universo, ha contribuido a aniquilar la posibilidad de una constancia o permanencia de días transparentes. Cuando se va la adolescencia en nuestras vidas, muchos creen que con ella se alejan los días móviles, las horas que empujamos con la impaciencia de nuestra sangre y la pulsión de unos sentidos tan jóvenes que ansían devorar el mundo. Muchísimas noches del pasado creí que en el misterio de la madrugada estaba oculto el secreto de la vida, y entonces me embriagué en bares y caminé peligrosamente por calles que guardaban historias y enigmas sólo captables por intuición, nunca por entendimiento. También pensé que la vida podía hablarme a través del aire crepuscular, gastando pasos por la ciudad en aquellos momentos en que la prisa de la mayoría de personas no les permitía percibir una esencia que se filtraba por entre el ruido de motores y se alejaba hacia las esquinas de barrios populares y parques poco concurridos. Pero lo profundo de la nocturnidad y de la ligereza de la tarde fue desapareciendo con el tiempo bajo una sombra de sensatez que primero se colaba por las experiencias, modificando mi pensamiento, y luego se metió por las ventanas de las casas donde he vivido y me sumió en el sopor de la prudencia, haciéndome cerrar las puertas a la calle en horas mucho más tempranas que cuando era adolescente.

Con este breve recuento sólo quiero recordar que la adolescencia me llevaba a proyectar horizontes y no importaban los prejuicios. La vida era un inmenso camino que invitaba a recorrerlo, pero muchas veces tenía más emoción transitar por trochas paralelas. Sin embargo, luego vino la adultez y trajo consigo muchas máscaras: la cobardía disfrazada de prudencia, la madurez que oculta una pereza existencial, el prejuicio que se viste de actitud radical. Pero la vida es un río y siempre marcha. Por eso, sin pensarlo, las semanas –tal vez los meses- anteriores me han envuelto en días cambiantes, en horas de catarata que me hicieron dimensionar vivencias, tiempos y distancias. Esperas como nubes dormidas en un cielo detenido; incertidumbres negras cargadas de latidos fuertes del corazón; cambios precipitados e imprevistos que rugieron como truenos; vacilaciones leves como lloviznas pasajeras en una mañana de sábado; pero también brumas diáfanas que estaban allí solamente para suavizar un sol que me calentaba el alma; deseos pasajeros y móviles; sueños que volaban como un rebaño de algodón cósmico que me hizo –y me hace- mirar hacia otras latitudes donde me esperan otros domingos y otros vientos….. Todo eso viví en pocas semanas…... Y si bien, mi adolescencia terrenal está lejana, pérdida en una distancia que ya comienza a medirse por décadas, recientemente he vivido días idénticos a nubes. Y la voz de ese universo que me habla, me dice que esos instantes profundos sólo vislumbran su infinitud desde la adolescencia universal, desde ese eterno periodo de tiempo que, a su vez, es parte de una eternidad mayor; etapa de una existencia que inició antes de mi nacimiento y se prolonga, y continuará prolongándose -gracias a esa materia invisible que habita el comos y compone nuestra alma-, más allá de los pulsares, de las galaxias lejanas, del tiempo plano y el espacio curvo que ni científicos ni místicos han logrado descifrar.


jueves, 17 de julio de 2008

Manantial de corazón

Sencillamente hay días así. Hay mañanas de una resaca desconocida en que, como dice esta canción de Yordano,

"me miro en el espejo y veo a un hombre joven
cuando en realidad me siento como de cien años..."

sin mayores explicaciones, hoy parece ser uno de esos días.

domingo, 13 de julio de 2008

Leaving Las Vegas

La razón nunca llega a saberse pero se sospecha de una gran desilusión, lo cierto es que Ben Sanderson, el protagonista de Leaving Las Vegas, decide que ha de morir por su propia voluntad. Para ello, vende todo lo que tiene y viaja a la ciudad de Las Vegas con ese único fin. No me interesa explicar porqué me gusta la película, ni siquiera lo entiendo en realidad, a no ser por alguna de esas intuiciones con las que es delicioso –y muchas veces necesario- vivir. Sin embargo, sí es claro que admiro la descomunal autodeterminación del personaje: decide acabar con su vida a paso lento y bebiendo gota a gota cada sorbo de licor y desesperación. Vivir la vida en su intensidad a veces denota un grado de autodestrucción; es obvio que la intensidad no ha de confundirse con la plenitud. A esta conclusión se puede llegar si se considera que John O´Brien, autor del libro que dio pie a la película, tomó el mismo rumbo del personaje de su obra y decidió quitarse la vida sólo dos semanas después de firmar el contrato con que autorizaba la película. Sanderson y O´Brien, un personaje de ficción y un hombre real, dos seres con la misma naturaleza que llevan al extremo el sentimiento de dignidad frente a una desilusión.

Es una lástima que sea tan difícil conseguir el libro. Sin embargo, tuve la fortuna que una entrañable amiga me lo regalara. Ese agradecimiento quedara por siempre. Aunque la película me parece excelente, como suele ocurrir, el libro es mejor que la película. Es una historia más completa, salpicada con frases llenas de una sabiduría desoladora.

Un complemento fuerte de la película es la ambientación que logra la canción Angel Eyes, de Sting. Su música y su letra realmente transmiten el sentimiento de la película. Aquí va un buen trailer de la película y dos estrofas de la canción.

Have you ever had the feeling
That the world's gone and left you behind
Have you ever had the feeling
That you're that close to losing your mind

(Alguna vez tuviste la sensación
de que el mundo se ha ido
y te ha dejado atrás .
Alguna vez tuviste la sensación
de que estás así de cerca de perder tu cabeza )

You look around each corner
Hoping that she's there
You try to play it cool perhaps
Pretend that you don't care...

(Miras alrededor en cada esquina
esperando que ella esté allí.
Tratas de no emocionarte, talvez
pretender que no te importa ...)

Angel Eyes. Sting

domingo, 22 de junio de 2008

El lado oscuro de nosotros mismos

Tal vez sean los días lluviosos, los domingos cercados por las nubes que se cierran sobre los cerros orientales de Bogotá, y entonces cuando miro hacia el cielo me siento dentro de una bóveda brumosa que aprisiona el cuerpo y el ánimo. Debe ser un sentimiento colectivo porque cuando llamo algún conocido resulta que se queja de las tardes opacas y de cierta desesperanza. En mis reflexiones ya he transitado por la culpa que recae en la época, en el país, en la edad, en una educación que nos prepara para que una vida que no es…. En realidad hay momentos en que no importan las causas y, cuando es mucha la desesperanza, ni siquiera importa la salida. Hace unos años un farsante metafísico –de esos que mueve masas a punta de tocar emociones- me dijo unas palabras muy ciertas: “Tiene que sacar petróleo del desierto”. Quienes vivimos en países tercermundistas estamos acostumbrados a hacerlo, y tal vez no nos damos cuenta. Sin embargo, estos días de lluvia, -también de un mesías infalible rigiendo nuestros destinos desde un barrio colonial, de medios de comunicación que mienten y engañan para sostener al mesías, de verdades que duran veinticuatro horas, y de guías espirituales que llenan sus bolsillos y cuentas bancarias gracias al desespero de la masa-, es conveniente recordar nuestra habilidad de sobrevivir los áridos desiertos de los días y la vida. Suena paradójico que una época de lluvias nos sumerja en un desierto, pero es que la tristeza tiene muchos nombres. Para mí, no vale la pena buscar causas, y la ciencia aún no ha encontrado la forma de cambiar controladamente el clima del planeta, salvo el infortunio del calentamiento global en que vivimos. Hoy es domingo y llueve, y por eso preferí quedarme la tarde en el apartamento tomando un café mientras nostalgiaba un rato. Entonces me encontré estas escenas-poemas de El lado oscuro del corazón, una película que me gustó muchísimo en la época en que mi corazón buscaba tanto. Hoy sigue buscando pero de una forma más madura. Cuando miro la vida desde arriba, en el mapa de mi existencia, la búsqueda se confunde con la espera.

El primer poema es de Oliverio Girondo y pertenece al libro Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. No tiene título pero siempre lo identifican como “Llorar a lágrima viva”. Las palabras sobran porque Eliseo Subiela supo colocarle imagen para hacerlo más memorable, al menos para todos aquellos de mi generación que nos identificamos con la película.

El segundo poema se titula Rostro de vos, y su autor es Mario Benedetti, quien, por cierto, aparece en varias escenas de la película. No hace falta saber mucho de poesía para identificarse con los versos, hablan de la gran nostalgia que se siente cuando algo inmenso se nos ha ido. Hay lutos muy largos y expansibles: todo lo impregnan y después no es fácil retomar algunas cosas sin sentirlo. Pensándolo bien, el luto sólo es una visita a nuestro propio lado oscuro.

El tercer poema, No te salves, también de Mario Benedetti, alude a esa pasión que quiséramos encontrar en la pareja. Una pasión que compromete al ser humano con la vida, en su integridad y plenitud. Es una visión que nutre el amor, más allá de los romances meramente lúdicos y carentes de compromiso que predominan en nuestro tiempo.

Espero que disfruten los poemas-escenas. Creo que valen la pena por la literatura, por el cine, por la lluvia o la nostalgia.

viernes, 20 de junio de 2008

El hombre universal

“Busqué grandes hombres
Y sólo encontré lacayos de sus ideas.”
Fiedrich Nietzsche


Leí la frase de Nietzsche en un libro titulado “De Munich a Austwichz”, y el autor la colocaba como epígrafe para entrar a criticar a Hitler en cuanto a los millones de muertos que hubo tras la búsqueda de un ideal. El fundamentalismo, el fanatismo, un misticismo mal llevado, ese falso humanismo llamado modernidad que en realidad no es otra cosa que la entronización de una razón instrumental, se han constituido espejismos de la sociedad contemporánea. Lamentablemente hay cierta americanización de la vida que nos está alcanzando. El mismo Woody Allen decía que para los gringos historia era todo aquello que había ocurrido siete años antes. Ese inmediatismo nos está matando. Ese desconocimiento de la historia, y la no vinculación a ella nos está convirtiendo en una gran masa que perece resignadamente, indigesta de pequeñas alegrías o efímeros placeres. Lo único que trasciende es la tecnología, magia racional que nos deslumbra. Lo invisible perdió valor en un mundo tan práctico y productivo.

Sin embargo, en medio de la ignorancia de la gran masa, lo invisible es un producto que lucra a unos cuantos. El fundamentalismo sirve para el negocio de la guerra, el fanatismo para el negocio de la religión, y el misticismo mal llevado se convierte en una máscara del rencor contra el mundo. Los grandes hombres desaparecieron, aplastados por la catarata de traumas con que la psicología –seudociencia de nuestra época- ha intentado explicar cualquier comportamiento que se sale de la gran masa. Los locos hacen falta pero la sociedad no los soporta, lo mismo pasa con los ancianos y su sabiduría. Pero hasta los locos se convirtieron en un artículo de farándula.

Haría falta inventar un lenguaje que nos salvara de la locura ramplona de los “artistas” de farándula, del éxito restringido solamente a lo económico, de la espiritualidad reducida a un lenguaje bíblico o a una tradición vacía, de un amor comprado en el burdel de las comodidades y la vanidad. “Busqué grandes hombres…” escribió Nietzsche, y se refería a los hombres universales, aquellos que entendieron que la naturaleza de ser hombre no se escondía tras una terquedad machista y brutal sino tras la humildad del cambio, tras el aprendizaje y la asimilación de un universo que es más grande que nosotros.

Uno de los personajes más grandes que conozco es Pablo de Tarso, siempre he admirado su entrega a una causa en que creía –yo no creo en ella, soy escéptico- pero eso no le resta valor a un hombre verdadero, hombre por hacer valer su corazón. No sé en qué momento de la historia, el corazón del hombre dejó de ser el motor para buscar la grandeza de la vida, y se convirtió en la excusa donde habitan los miedos y el dolor, algo así como un miembro enfermo que ralentiza el cuerpo. Grandes hombres faltan, seres dispuestos a reconocer que vivimos llenos de errores, que nuestro ego debe ser sacrificado en honor de la verdad, del aprender, del crecer. Pablo perseguía cristianos, los martirizaba creyendo en su corazón que hacía lo correcto, sin embargo, cuando en el camino vio su equivocación, dio media vuelta y su corazón siguió con él. Y no fue una conveniencia, al contrario, fue una fatalidad para él. Lamentablemente, hoy en día nos acostumbramos a amar por favorabilidad, a aceptar verdades que nos convienen.

Faltan grandes hombres, falta la esencia del ser humano sobre la Tierra.

martes, 27 de mayo de 2008

Una cita con el destino

Uno de los cuentos más bellos que he leído se titula Hoy y la alegría, su autor es Mario Benedetti, quien se conoce más por su poesía. Sin embargo, mucha gente se ha perdido la faceta realmente grandiosa que tiene este escritor uruguayo: su narrativa. En Hoy y la alegría, un personaje relata un día en que tiene una cita con el destino, y en esa cita, finalmente, y para siempre, ha de cerrar un capítulo inacabado de su historia. Al inicio del cuento, el personaje tiene un despertar de esos que ocurren pocas veces en la vida, pero que logran concentrar en un instante todos los momentos vividos y todos los yos que alguna vez fuimos. Algo así como un amanecer en donde somos concientes del hilo invisible que atraviesa cada una de nuestras experiencias y las proyecta hacia un futuro que no nos es dado decidir o conocer anticipadamente.

El cuento me gustó desde la primera vez que lo leí, y lo he releído muchas veces. Por estos tiempos, me recuerda una época en que, al igual que el personaje, salía a caminar las calles de la ciudad y me internaba por barrios que no conocía o me detenía en parques que no eran míos, buscando esa cita que presentía o creía tener con el destino. Por supuesto, el destino que buscaba nunca llegó. Y mi vida transcurrió en el anonimato trascendente, propio de los soñadores.

A veces extraño ese vagabundeo justificado, sobre todo en momentos en que la treintañez ha hecho su efecto y la sociedad no me perdona la edad y yo mismo me exijo ser más productivo. Entonces recuerdo lo que me dijo un vidente callejero que leía el tarot en una carpa de la Plazoleta el Rosario, en una de las tantas ferias: -“Debe volver a confiar en el destino”-. Soy un hombre muy escéptico y creo poco en la fortuna y en las barajas, de hecho al nigromante le pagó un amigo. Sin embargo, me gustó la idea de volver a confiar en ese destino que tantos plantonazos me dio en el pasado. Y me gusta ahora, no sólo porque esas palabras llegaron en tiempos en que eran ciertas, sino también porque hay frases y palabras que calan en el alma. Eso es algo que también hace el cuento de Benedetti, cada vez que lo leo y lo releo. Por eso hoy, un día en que, al igual que el personaje, estoy dispuesto a que algo extraordinario me purifique, quiero compartirles este fragmento de lo más bello que tiene el autor uruguayo, y la literatura en general. Espero que lo lean y lo disfruten mientras yo sigo intentando robarme energía para alimentar pasiones, y tiempo y recursos para salir de nuevo a caminar –pero esta vez por la ciudad global- y buscar ese destino que me espera en alguna esquina de la vida. Esta vez, espero que me cumpla.

"Poco importaba que no fuera domingo ni primavera. Igual me sentía dispuesto a que algo extraordinario me purificase. En realidad, son pocos los días en que uno puede sentirse anticipadamente alegre, alegre sin ruedas de café ni cantos nauseabundos a la madrugada, ni esa pegajosa, inconsciente tontería que antes y después nos parece imposible; alegre de veras, es decir, casi triste.

Usted no podía saber que hoy, recién despierto, yo había admirado el lago de cielo -nacido, durante mi sueño, en la ventana abierta- que rozaba el pelo rubio de mi mujer. De mi mujer silenciosa, encuadrada en su costumbre, a los pies de la cama. Logré descubrirle, a pesar del contraluz, cuatro o cinco gestos, cuatro o cinco expresiones nuevas, tan sorpresivas, que me hicieron sonreír. No dijo nada, pero su silencio no alcanzó a incomodarme. Simplemente me pareció tonto explicarle que recién hoy había advertido un pasaje inédito de su rostro de siempre. Ni siquiera estaba seguro de no haberlo inventado.

Luego, entraron mis hijas. Entonces todos hablamos y en especial Laurita. En vez de mirarlas directamente, yo acechaba la enorme moña azul que devolvía el espejo, y en la imagen total de mi hija, con los brazos caídos a lo largo del delantal y su cabecita fluctuante entre síes y noes, me parecía reconocer algún delicioso títere que yo pudiera mover con mis preguntas, invisibles como hilos.

Me dejaron solo. La cama de dos plazas, la habitación entera para mí. Podía estirarme, separando las piernas al máximo, o juntarlas y abrir los brazos como un crucificado. En la pared, sobre la reproducción de una Madonna de Rafael, dos manchas de humedad se unían y formaban un simpático monstruo. Pero mirándolo con un solo ojo, era únicamente el tío de Aníbal, es decir, otra suerte de monstruo, con papada fláccida y oscilante. Probé a quedarme sin ojos y el cielo me llegó entonces en puntos luminosos e intermitentes. Cuando de nuevo los abrí, la luz se pobló de islas oscuras que estallaban y desaparecían.

Usted no podía saber nada de este hedonismo, de este momentáneo desajuste, de esta tonta sorpresa. Pero mis días transparentes siempre se ayudan con un retorno a mi niñez opaca, en la cual estos juegos míos con las cosas constituían la sola justificación del futuro, casi en el mismo grado que constituyen ahora la justificación única del pasado. Preciso esta conexión como un soporte. De vez en cuando necesito hallar esta soledad poblada, numerosa. Inevitablemente repercute en mi ser, diríase que me otorga identidad. Soy lo que soy y cuanto soy, de acuerdo a mis diferencias con ese patrón, con esa muestra. La comparación está dentro de mí como yo dentro de ella. El trayecto de mi identidad supone que he cambiado, pero la regularidad del cambio demuestra que soy el mismo. Acaso usted no halle en esto ninguna ansiedad verdaderamente promotora de alegría, pero yo sí la encuentro, más aún, la deseo. Por eso me gusta ser fiel a esa vinculación conmigo mismo, por eso me agrada cada uno de estos regresos a lo que ya no soy, justamente para alzarme desde ese pasado en desuso, desde esa plataforma casi absurda, hacia lo juiciosamente venidero"...

Hoy y la alegría. Mario Benedetti.

lunes, 26 de mayo de 2008

Concierto de Aranjuez - Adagio

En alguna parte leí que en cierta ocasión alguien le preguntó a Beethowen qué había querido decir con una de sus sinfonías, y el músico le había contestado: -"Si lo pudiera expresar con palabras no hubiera necesitado componer una sinfonía"-. No sé si esa anécdota sea un mito urbano de su tiempo (ya saben, "le ocurrió a un amigo de un amigo" o "alguien dijo que alguien dijo") En realidad, la traigo a cuento porque creo que lo mismo ocurre con Concierto de Aranjuez, es absurdo intentar llevarlo a las palabras. Cuando era muy joven tuve la primera referencia sobre esta pieza con la canción de Arjona ("También es mi primera vez / pondré el concierto de Aranjuez") Luego, conocí a un guitarrista clásico cuya vida estaba en decadencia -no su arte-, y entonces pude escuchar y valorar el concierto. Ahora, vivido ya un tiempo de profundas experiencias y vislumbrado un panorama donde mucha gente ha perdido la mística de su existencia, este tema de Joaquín Rodrigo se me hace cada vez más hermoso y más vital. Como escribió Bukowsky: "Los tontos crean su propio paraíso". Por eso hoy, y para no perder la estructura del lenguaje de los mitos urbanos, les comparto un fragmento de un fragmento de mi paraíso:

sábado, 24 de mayo de 2008

Noches blancas

Noches blancas es una novela corta, o un cuento largo, de uno de los grandes maestros de la literatura universal: Fedor Dostoievsky. Fue escrita en 1848 y la editorial Club Internacional del libro volvió a publicarla en 1997, junto con Nietoschka Niezvanova, en una bellísima colección, digna de los clásicos de la literatura.

En Noches blancas, con ese enorme conocimiento que parece haber adquirido sobre la naturaleza humana, como lo demuestra en novelas como El jugador o Crimen y Castigo, Dostoievsky reúne con maestría varios elementos muy sencillos para componer una obra que logra estremecer: un solitario soñador, una noche de domingo –descrita de forma universal-, una joven a la espera del amor prometido. Estos elementos son mezclados a lo largo de 39 páginas y combinando la narración con diálogos extensos, el escritor ruso logra crear una atmósfera cargada de un misticismo propio del protagonista -un soñador que algunos identifican con el propio Dostoievsky-, un romanticismo que hasta cierto punto logra engañar, y un impacto final devastador, desbordado en media página en que la naturaleza humana hace recordar la finitud de lo que se cree es infinito.

Es un libro que vale la pena leer, sobre todo para aquellos lectores a quienes la prisa de la vida, y la invasión del consumismo y la masificación, en la intimidad de sus hogares les hace difícil recordar lo que eran las noches de una época inocente.

Como siempre, un par de fragmentos valen más que mi propia interpretación:

"Hermosa era la noche, tal y como no puede menos de ser cuando somos jóvenes, amables lectores. El cielo estaba estrellado y tan claro, que, al contemplarle, uno no podía por menos que exclamar: "¿Es posible que, bajo tan bello dosel, vivan seres llenos de cólera y de veleidad?" La pregunta es ingenua, excesivamente ingenua, amables lectores; pero que !el Señor haga que salga a menudo de vuestras almas!... Y ahora que hablo de hombres veleidosos y corroídos por la envidia, examino mentalmente mi conducta durante la jornada de hoy. Desde bien temprano una extraña tristeza llena mi alma. Paréceme que todo el mundo me abandona, que todos huyen de mí."

....

“Hay un no sé qué de indefinible, de emocionante en la Naturaleza de San Petersburgo, en el momento en que estallan con toda su potencia los albores de la primavera, cuando resplandece por la belleza de su cielo y cuando sus flores brillan con toda su plenitud. Dijérase una de esas vírgenes enfermizas que contemplamos a veces con piedad, tal vez con amor, que en diversas ocasiones nos pasan desapercibida; pero que, de improvisto, encontramos tan bellas, que nos preguntamos llenos de admiración, estupefactos: “¿Qué fuerza es la que hace que esos ojos tristes y soñadores brillen con tal fuego? ¿Qué sentimiento llena su pecho? ¿Qué pasión embellece los rasgos finos de su rostro?” Miramos a su alrededor, buscamos a alguien, adivinamos… Y el instante se desvanece, y tal vez mañana veremos la misma mirada perdida y soñadora, el mismo rostro pálido, los rasgos de una tristeza mortal que llora con efímera pasión. Y nos afligimos porque esa breve belleza haya desaparecido para siempre, y lamentamos el no haber tenido si quiera el tiempo para amarla.”

Noches blancas. Fedor Dostoievsky
.

martes, 25 de marzo de 2008

El sueño de volar

Sin tantas palabras, volar siempre ha sido un sueño para mí. Hoy quiero compartir algunas cosas con las que me consuelo tras la búsqueda de ese sueño. La primera es este video del Sky Coster en el Parque de Mundo Aventura:


La segunda son estas fotos del recién descubierto -por mi parte- deporte del parapente. Es sencillamente espectacular y la sensación de estar volando, con el viento golpeando en el rostro, enamora tanto o más que aquella novia ideal de la adolescencia:

Despegando de una montaña cercana a La Calera. Al fondo, el embalse San Rafael.


Tomando altura. A lo lejos, se ve el pueblo de Calera, una imagen muy distinta para aquellos que piensan que sólo es un mirador y muchos rumbeaderos.

Sintiéndome más cerca de las nubes mientras mi amigo Sair observa.

Sair, el piloto del tandem y un auxiliar, luchando contra el viento de la mañana.


Sair se aleja de la tierra y se aproxima a la realización de uno de sus sueños personales.

Un bello paisaje y una mañana inolvidable en la que conocí lo más parecido al sueño de volar.

jueves, 20 de marzo de 2008

Misericordia

A propósito de la semana santa y las desviaciones comerciales que ha sufrido, la televisión nacional ha tenido el acierto de presentar la vieja serie “Grandes héroes de la Biblia”. En lo personal me gusta mucho esta serie, no sólo por los recuerdos de niñez y de épocas inocentes que me trae, sino también por ese gusto teológico que me persigue y que generalmente no sé dónde depositar. Socialmente me confieso escéptico y dentro del ámbito de las doctrinas me proclamo deísta. He visto algunos capítulos de la serie bajo la perspectiva de mi posición, con el referente de algún tiempo de estudios teológicos y experiencias doctrinarias, y sobre todo, con lejanía de esa inocencia que tenía de niño. En mis años de ingenuidad me creía el cuento completo, ahora cuestiono la serie desde diferentes puntos. Ello no me ha impedido disfrutarla. Y al final de todo, en medio de la añoranza inconsciente de ese algo de donde vinimos y a donde vamos (“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”, escribió Vicente Gerbasi), no escapé a los tiempos de reflexión que nos llega a aquellos que vivimos un dejo de anhelo trascendente. Me acordé entonces de Anthony de Mello –autor menospreciado por mí en tiempos de orgullo intelectualoide y literario-. Es la sabiduría de este hombre la que me permite compartirles estos dos hermosos textos que entrañan un profundo significado de lo que debería estar contenido no sólo en la semana santa sino cualquier creencia religiosa:


1.
Un viajero caminaba un día por la carretera cuando pasó junto a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y con sangre en las manos.
Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le preguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos.
- “¿Quién es él?”, preguntó el viajante.
- “Un malhechor”, dijo el cabecilla del grupo.
- “¿Y lo perseguís para llevarlo ante la justicia?”
- “No, lo perseguimos para enseñarle el Camino”.


2.
Le intrigaba a la congregación el que su rabino desapareciera todas las semanas la víspera del sábado. Sospechando que se encontraba en secreto con el Todopoderoso, encargaron a uno de sus miembros que le siguiera.
Y el “espía” comprobó que el rabino se disfrazaba de campesino y atendía a una mujer pagana paralítica, limpiando su cabaña y preparando para ella la comida del sábado.
Cuando el “espía” regresó, la congregación le preguntó:
- “¿A dónde ha ido el rabino? ¿Le has visto ascender al cielo?”
- “No”, respondió el otro, “ha subido aún más arriba”.

La oración de la rana. Anthony de Mello.

sábado, 15 de marzo de 2008

Días de lluvia

Estos son días de lluvia insoportable en Bogotá. A eso de las cuatro de la tarde no falta una que otra calle inundada que agrava los trancones habituales. Afortunadamente una compañera de trabajo vive cerca de mi casa y puedo darme el lujo de tomar taxi todos los días pues el pago es compartido. Y desde esa comodidad del taxi, protegido de la lluvia, es donde observo las avenidas grises y mojadas, la gente corriendo con prisa a seguir viviendo y cumpliéndole al sistema, los vendedores ambulantes que aguantan el chapuzón con la resignación del empleado regañado por su jefe. No hay diferencia entre los que están fuera de la comodidad del taxi y yo. Sólo unos cuantos billetes nos diferencian momentáneamente. Pero en realidad, no hay diferencias. Bastan un par de meses sin trabajo y estaremos nivelados, incluso puedo estar más abajo. Conozco la realidad del desempleo y el aislamiento social que eso conlleva. Antes, cuando vivía con coraje no me importaba enfrentar las situaciones. Ahora, cuando pienso en la posibilidad de estar por fuera del sistema, me llegan dudas y miedos sobre las cosas que puedo perder: salidas a bares, compras de libros, buenos almuerzos y cenas, invitaciones…. El Che Guevara tenía razón: la comodidad fragiliza al hombre. Lo peor es que no sólo fragiliza el cuerpo sino también el espíritu. Ambas cosas me disgustan. Con esta reflexión encuentro una gran verdad personal: estoy cómodo dentro de un taxi pero no dentro de la vida. Voy desviado de mi rumbo….. Pero mis años de universidad vuelven a salvarme. No es la nostalgia o el querer vivir en el pasado, esa época romántica ya la superé. Siento más bien la necesidad de mantener una constante integración entre los Yos que fui y el yo que permanentemente debo mantener. Tal vez por eso, en medio de tanta lluvia y tanta inercia existencial, vino a mi mente una mañana recibiendo una clase de literatura rusa. En mi recuerdo, era una mañana de lluvia pero sé que no era así en realidad. La mente deforma o embellece los recuerdos a conveniencia o a perjuicio. Pero ahora eso no importa. Recuerdo la voz cálida de una compañera leyendo este bello poema de Pushkin. Me gustó al escucharlo esa mañana y se me grabó en la mente y el corazón. Y hoy, 11 años después, le encuentro un significado más profundo. Hoy no es un bello poema ajeno sino una voz con la que me identifico y que, en algunas tardes, parezco estar viviendo.


La tempestad agorera
el cielo cubre de armiño,
y aúlla como una fiera
o llora como hace un niño.
O mueve el desvencijado
techo de pajiza trama,
como un transeúnte extraviado
a nuestra ventana llama.

La choza que el viento agita
es sombría, triste, insana.
¿Por qué estás, mi viejecita,
tan callada en la ventana?
¿La tempestad con su aullido
tu alegría, amiga, seca,
o te adormece el zumbido
que al girar hace la rueca?

Bebamos mi amiga buena.
¿Dónde el vaso, en qué rincón?
Bebamos por nuestra pena.
Se alegrará el corazón.
Cántame cómo el jilguero
a orillas del mar vivía,
cómo la niña en enero
agua del pozo cogía.

La tempestad agorera
el cielo cubre de armiño,
y aúlla como una fiera
o llora como hace un niño.
Bebamos, mi amiga buena.
¿Dónde el vaso, en qué rincón?
Bebamos por nuestra pena.
Se alegrará el corazón.


Noche de invierno. Alexander Pushkin.

domingo, 20 de enero de 2008

Sube a nacer conmigo hermano

XII

Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche,
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.

Pablo Neruda. Canto General

sábado, 5 de enero de 2008

Recuerdos de La Alhambra - Intérprete

En este video pueden apreciar la maestría de quienes interpretan este tema. Indudablemente esas manos tienen magia y mucha fantasía.

Recuerdos de La Alhambra

La Alhambra es un castillo medieval ubicado en Granada (España) Su arquitectura recuerda los siglos de ocupación árabe en la península. El castillo de la Alhambra solía ser refugio para los viajeros a quienes la noche sorprendía transitando los caminos. Francisco Tarrega decidió rendirle un hermoso homenaje con esta pieza musical. Sencillamente me parece que es una de las cosas más bellas que existen sobre este planeta.

Es increíble que de una sola guitarra pueda emanar toda esta maravillosa combinación de sonidos. Disfrútenla.

Días como navajas, noches llenas de ratas

"Dadme más vino
porque la vida es nada"
Fernando Pessoa

Siendo muchacho dividí en partes iguales el tiempo entre los bares y las bibliotecas; cómo me las arreglaba para proveerme de mis otras necesidades es un puzzle; bueno, simplemente no me preocupaba demasiado por eso -si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado en otras cosas- los tontos crean su propio paraíso. En los bares, pensaba que era rudo, quebraba cosas, peleaba con otros hombres, etc... En las bibliotecas era otra cosa: estaba callado, iba de sala en sala, no leía tantos libros enteros sino partes de ellos: medicina, geología, literatura y filosofía. Psicología, matemáticas, historia, otras cosas me aburrían. Con la música estaba más interesado en la música y en la vida de los compositores que en los aspectos técnicos... Sin embargo, era con los filósofos con los que me sentía en hermandad: Schopenhauer y Nietzsche, incluso aquel viejo difícil-de-leer Kant; encontré que Santayana, bastante popular en aquella época, cojeaba y era aburrido; con Hegel realmente tenías que escarbarlo, sobre todo con una resaca; hay muchos de los que leí de los que me he olvidado,quizás con buena razón, pero recuerdo un tipo que escribió un libro entero en el que probaba que la luna no estaba allí y tan bien lo hizo que después pensaba, está absolutamente en lo cierto, la luna no está allí. ¿Cómo cresta va un muchacho dignarse a trabajar 8 horas al día cuando la luna ni siquiera está allí? ¿Qué otra cosa estará faltando? y no me gustaba la literatura tanto como los críticos literarios; ellos sí que eran verdaderos aguijones, esos tipos usaban un lenguaje refinado, hermoso a su manera, para llamar a otros críticos, otros escritores, unos huevones. Me subían el ánimo pero eran los filósofos quienes satisfacían esa necesidad que acechaba en alguna parte de mi confuso cráneo: vadeando por sus excesos y su vocabulario cuajado aún me asombraban saltaban hacia mí brincaban con una llameante declaración lúdica que aparecía ser una verdad absoluta o una puta casi absoluta verdad, y esta certeza era la que yo buscaba en una vida diaria que más bien parecía un pedazo de cartón. Qué grandes tipos eran esos viejos perros, me ayudaron a atravesar esos días como navajas y noches llenas de ratas; y mujeres regateando como martilleros del infierno. Mis hermanos, los filósofos, me hablaban como nadie venido de las calles o alguna otra parte; llenaban un inmenso vacío. Qué buenos muchachos, ah, ¡qué buenos muchachos!sí las bibliotecas ayudaron; en mi otro templo, los bares, era otra cosa, más simplista, el lenguaje y el camino era diferente... días de bibliotecas, noches de bares. Las noches eran todas parecidas, hay un tipo sentado cerca, quizás no de mal aspecto, pero a mí no me parece bien, hay una horrible muerte allí -pienso en mi padre, en maestros de escuela, en caras, en las monedas y billetes; en sueños de asesinos de ojos fríos; bueno, de alguna forma este tipo y yo llegamos a cruzar miradas una furia lentamente comienza a acumularse: somos enemigos, gato y perro, cura y ateo, fuego y agua; la tensión crece, bloque sobre bloque apilado, esperando el choque; nuestras manos se abren y cierran, cada uno bebe, ahora, finalmente con un propósito: su cara se torna hacia mí:
- "¿Alguna hueva te molesta?"
- "Sí. tú"
- "¿Quieres algo para arreglarla?"
- "Seguro". Terminamos nuestros tragos, no paramos, nos movemos hacia el fondo del bar, afuera en el callejón; nos damos vuelta, mirándonos cara a cara. Le digo, "no hay más que aire entre nosotros. ¿Algo para cerrar el hueco?" Él se precipita hacia mí y de alguna forma es una parte de una parte de la parte.

Días como navajas, noches llenas de ratas. Charles Bukovski.