martes, 25 de marzo de 2008

El sueño de volar

Sin tantas palabras, volar siempre ha sido un sueño para mí. Hoy quiero compartir algunas cosas con las que me consuelo tras la búsqueda de ese sueño. La primera es este video del Sky Coster en el Parque de Mundo Aventura:


La segunda son estas fotos del recién descubierto -por mi parte- deporte del parapente. Es sencillamente espectacular y la sensación de estar volando, con el viento golpeando en el rostro, enamora tanto o más que aquella novia ideal de la adolescencia:

Despegando de una montaña cercana a La Calera. Al fondo, el embalse San Rafael.


Tomando altura. A lo lejos, se ve el pueblo de Calera, una imagen muy distinta para aquellos que piensan que sólo es un mirador y muchos rumbeaderos.

Sintiéndome más cerca de las nubes mientras mi amigo Sair observa.

Sair, el piloto del tandem y un auxiliar, luchando contra el viento de la mañana.


Sair se aleja de la tierra y se aproxima a la realización de uno de sus sueños personales.

Un bello paisaje y una mañana inolvidable en la que conocí lo más parecido al sueño de volar.

jueves, 20 de marzo de 2008

Misericordia

A propósito de la semana santa y las desviaciones comerciales que ha sufrido, la televisión nacional ha tenido el acierto de presentar la vieja serie “Grandes héroes de la Biblia”. En lo personal me gusta mucho esta serie, no sólo por los recuerdos de niñez y de épocas inocentes que me trae, sino también por ese gusto teológico que me persigue y que generalmente no sé dónde depositar. Socialmente me confieso escéptico y dentro del ámbito de las doctrinas me proclamo deísta. He visto algunos capítulos de la serie bajo la perspectiva de mi posición, con el referente de algún tiempo de estudios teológicos y experiencias doctrinarias, y sobre todo, con lejanía de esa inocencia que tenía de niño. En mis años de ingenuidad me creía el cuento completo, ahora cuestiono la serie desde diferentes puntos. Ello no me ha impedido disfrutarla. Y al final de todo, en medio de la añoranza inconsciente de ese algo de donde vinimos y a donde vamos (“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”, escribió Vicente Gerbasi), no escapé a los tiempos de reflexión que nos llega a aquellos que vivimos un dejo de anhelo trascendente. Me acordé entonces de Anthony de Mello –autor menospreciado por mí en tiempos de orgullo intelectualoide y literario-. Es la sabiduría de este hombre la que me permite compartirles estos dos hermosos textos que entrañan un profundo significado de lo que debería estar contenido no sólo en la semana santa sino cualquier creencia religiosa:


1.
Un viajero caminaba un día por la carretera cuando pasó junto a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y con sangre en las manos.
Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le preguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos.
- “¿Quién es él?”, preguntó el viajante.
- “Un malhechor”, dijo el cabecilla del grupo.
- “¿Y lo perseguís para llevarlo ante la justicia?”
- “No, lo perseguimos para enseñarle el Camino”.


2.
Le intrigaba a la congregación el que su rabino desapareciera todas las semanas la víspera del sábado. Sospechando que se encontraba en secreto con el Todopoderoso, encargaron a uno de sus miembros que le siguiera.
Y el “espía” comprobó que el rabino se disfrazaba de campesino y atendía a una mujer pagana paralítica, limpiando su cabaña y preparando para ella la comida del sábado.
Cuando el “espía” regresó, la congregación le preguntó:
- “¿A dónde ha ido el rabino? ¿Le has visto ascender al cielo?”
- “No”, respondió el otro, “ha subido aún más arriba”.

La oración de la rana. Anthony de Mello.

sábado, 15 de marzo de 2008

Días de lluvia

Estos son días de lluvia insoportable en Bogotá. A eso de las cuatro de la tarde no falta una que otra calle inundada que agrava los trancones habituales. Afortunadamente una compañera de trabajo vive cerca de mi casa y puedo darme el lujo de tomar taxi todos los días pues el pago es compartido. Y desde esa comodidad del taxi, protegido de la lluvia, es donde observo las avenidas grises y mojadas, la gente corriendo con prisa a seguir viviendo y cumpliéndole al sistema, los vendedores ambulantes que aguantan el chapuzón con la resignación del empleado regañado por su jefe. No hay diferencia entre los que están fuera de la comodidad del taxi y yo. Sólo unos cuantos billetes nos diferencian momentáneamente. Pero en realidad, no hay diferencias. Bastan un par de meses sin trabajo y estaremos nivelados, incluso puedo estar más abajo. Conozco la realidad del desempleo y el aislamiento social que eso conlleva. Antes, cuando vivía con coraje no me importaba enfrentar las situaciones. Ahora, cuando pienso en la posibilidad de estar por fuera del sistema, me llegan dudas y miedos sobre las cosas que puedo perder: salidas a bares, compras de libros, buenos almuerzos y cenas, invitaciones…. El Che Guevara tenía razón: la comodidad fragiliza al hombre. Lo peor es que no sólo fragiliza el cuerpo sino también el espíritu. Ambas cosas me disgustan. Con esta reflexión encuentro una gran verdad personal: estoy cómodo dentro de un taxi pero no dentro de la vida. Voy desviado de mi rumbo….. Pero mis años de universidad vuelven a salvarme. No es la nostalgia o el querer vivir en el pasado, esa época romántica ya la superé. Siento más bien la necesidad de mantener una constante integración entre los Yos que fui y el yo que permanentemente debo mantener. Tal vez por eso, en medio de tanta lluvia y tanta inercia existencial, vino a mi mente una mañana recibiendo una clase de literatura rusa. En mi recuerdo, era una mañana de lluvia pero sé que no era así en realidad. La mente deforma o embellece los recuerdos a conveniencia o a perjuicio. Pero ahora eso no importa. Recuerdo la voz cálida de una compañera leyendo este bello poema de Pushkin. Me gustó al escucharlo esa mañana y se me grabó en la mente y el corazón. Y hoy, 11 años después, le encuentro un significado más profundo. Hoy no es un bello poema ajeno sino una voz con la que me identifico y que, en algunas tardes, parezco estar viviendo.


La tempestad agorera
el cielo cubre de armiño,
y aúlla como una fiera
o llora como hace un niño.
O mueve el desvencijado
techo de pajiza trama,
como un transeúnte extraviado
a nuestra ventana llama.

La choza que el viento agita
es sombría, triste, insana.
¿Por qué estás, mi viejecita,
tan callada en la ventana?
¿La tempestad con su aullido
tu alegría, amiga, seca,
o te adormece el zumbido
que al girar hace la rueca?

Bebamos mi amiga buena.
¿Dónde el vaso, en qué rincón?
Bebamos por nuestra pena.
Se alegrará el corazón.
Cántame cómo el jilguero
a orillas del mar vivía,
cómo la niña en enero
agua del pozo cogía.

La tempestad agorera
el cielo cubre de armiño,
y aúlla como una fiera
o llora como hace un niño.
Bebamos, mi amiga buena.
¿Dónde el vaso, en qué rincón?
Bebamos por nuestra pena.
Se alegrará el corazón.


Noche de invierno. Alexander Pushkin.