lunes, 1 de diciembre de 2008

Días idénticos a nubes

Lluvias torrenciales y soles feroces se han cernido sobre esta desamparada porción de tierra andina. Acciones humanas que evidencian una codicia sin límites ni explicación han convulsionado nuestros corazones y el entorno tangible y social en el que la solidaridad es sólo una palabra de diccionario. Inundaciones y estafas, sequías y hombres muertos por obra de su hermano planetario, clima ilógico y acciones humanas sin sentido. Todo esto han sido las líneas que dibujan el panorama de nuestro reciente tiempo. Y desde allí, desde lo externo natural pero también desde la realidad fabricada por el hombre según sus ambiciones, busqué justificar las sensaciones mudables que vagaban por las tardes de estas semanas y estos días. También admití la posibilidad de que es simplemente el carácter variable de la existencia terrena la que nos sumerge en días tan cambiantes que muchas veces las horas de ayer parecen lejanísimos recuerdos de una vida forastera, cuyas memorias llegan a nosotros como un accidente metafísico. Y ni hablar de los sentimientos que provoca el mañana incierto. Y cuando digo mañana no hablo del futuro sino de las horas que siguen a los instantes dormidos de esta luna.

Los días cambiantes de la adolescencia ya fueron cantados por Cernuda, esculpidos maravillosamente en un poema que inicia con un hermoso verso (“Adolescente fui / en días idénticos a nubes”) Sin embargo, la marcha del mundo, y acaso la del universo, ha contribuido a aniquilar la posibilidad de una constancia o permanencia de días transparentes. Cuando se va la adolescencia en nuestras vidas, muchos creen que con ella se alejan los días móviles, las horas que empujamos con la impaciencia de nuestra sangre y la pulsión de unos sentidos tan jóvenes que ansían devorar el mundo. Muchísimas noches del pasado creí que en el misterio de la madrugada estaba oculto el secreto de la vida, y entonces me embriagué en bares y caminé peligrosamente por calles que guardaban historias y enigmas sólo captables por intuición, nunca por entendimiento. También pensé que la vida podía hablarme a través del aire crepuscular, gastando pasos por la ciudad en aquellos momentos en que la prisa de la mayoría de personas no les permitía percibir una esencia que se filtraba por entre el ruido de motores y se alejaba hacia las esquinas de barrios populares y parques poco concurridos. Pero lo profundo de la nocturnidad y de la ligereza de la tarde fue desapareciendo con el tiempo bajo una sombra de sensatez que primero se colaba por las experiencias, modificando mi pensamiento, y luego se metió por las ventanas de las casas donde he vivido y me sumió en el sopor de la prudencia, haciéndome cerrar las puertas a la calle en horas mucho más tempranas que cuando era adolescente.

Con este breve recuento sólo quiero recordar que la adolescencia me llevaba a proyectar horizontes y no importaban los prejuicios. La vida era un inmenso camino que invitaba a recorrerlo, pero muchas veces tenía más emoción transitar por trochas paralelas. Sin embargo, luego vino la adultez y trajo consigo muchas máscaras: la cobardía disfrazada de prudencia, la madurez que oculta una pereza existencial, el prejuicio que se viste de actitud radical. Pero la vida es un río y siempre marcha. Por eso, sin pensarlo, las semanas –tal vez los meses- anteriores me han envuelto en días cambiantes, en horas de catarata que me hicieron dimensionar vivencias, tiempos y distancias. Esperas como nubes dormidas en un cielo detenido; incertidumbres negras cargadas de latidos fuertes del corazón; cambios precipitados e imprevistos que rugieron como truenos; vacilaciones leves como lloviznas pasajeras en una mañana de sábado; pero también brumas diáfanas que estaban allí solamente para suavizar un sol que me calentaba el alma; deseos pasajeros y móviles; sueños que volaban como un rebaño de algodón cósmico que me hizo –y me hace- mirar hacia otras latitudes donde me esperan otros domingos y otros vientos….. Todo eso viví en pocas semanas…... Y si bien, mi adolescencia terrenal está lejana, pérdida en una distancia que ya comienza a medirse por décadas, recientemente he vivido días idénticos a nubes. Y la voz de ese universo que me habla, me dice que esos instantes profundos sólo vislumbran su infinitud desde la adolescencia universal, desde ese eterno periodo de tiempo que, a su vez, es parte de una eternidad mayor; etapa de una existencia que inició antes de mi nacimiento y se prolonga, y continuará prolongándose -gracias a esa materia invisible que habita el comos y compone nuestra alma-, más allá de los pulsares, de las galaxias lejanas, del tiempo plano y el espacio curvo que ni científicos ni místicos han logrado descifrar.


No hay comentarios: