jueves, 20 de marzo de 2008

Misericordia

A propósito de la semana santa y las desviaciones comerciales que ha sufrido, la televisión nacional ha tenido el acierto de presentar la vieja serie “Grandes héroes de la Biblia”. En lo personal me gusta mucho esta serie, no sólo por los recuerdos de niñez y de épocas inocentes que me trae, sino también por ese gusto teológico que me persigue y que generalmente no sé dónde depositar. Socialmente me confieso escéptico y dentro del ámbito de las doctrinas me proclamo deísta. He visto algunos capítulos de la serie bajo la perspectiva de mi posición, con el referente de algún tiempo de estudios teológicos y experiencias doctrinarias, y sobre todo, con lejanía de esa inocencia que tenía de niño. En mis años de ingenuidad me creía el cuento completo, ahora cuestiono la serie desde diferentes puntos. Ello no me ha impedido disfrutarla. Y al final de todo, en medio de la añoranza inconsciente de ese algo de donde vinimos y a donde vamos (“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”, escribió Vicente Gerbasi), no escapé a los tiempos de reflexión que nos llega a aquellos que vivimos un dejo de anhelo trascendente. Me acordé entonces de Anthony de Mello –autor menospreciado por mí en tiempos de orgullo intelectualoide y literario-. Es la sabiduría de este hombre la que me permite compartirles estos dos hermosos textos que entrañan un profundo significado de lo que debería estar contenido no sólo en la semana santa sino cualquier creencia religiosa:


1.
Un viajero caminaba un día por la carretera cuando pasó junto a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y con sangre en las manos.
Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le preguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos.
- “¿Quién es él?”, preguntó el viajante.
- “Un malhechor”, dijo el cabecilla del grupo.
- “¿Y lo perseguís para llevarlo ante la justicia?”
- “No, lo perseguimos para enseñarle el Camino”.


2.
Le intrigaba a la congregación el que su rabino desapareciera todas las semanas la víspera del sábado. Sospechando que se encontraba en secreto con el Todopoderoso, encargaron a uno de sus miembros que le siguiera.
Y el “espía” comprobó que el rabino se disfrazaba de campesino y atendía a una mujer pagana paralítica, limpiando su cabaña y preparando para ella la comida del sábado.
Cuando el “espía” regresó, la congregación le preguntó:
- “¿A dónde ha ido el rabino? ¿Le has visto ascender al cielo?”
- “No”, respondió el otro, “ha subido aún más arriba”.

La oración de la rana. Anthony de Mello.

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