sábado, 15 de marzo de 2008

Días de lluvia

Estos son días de lluvia insoportable en Bogotá. A eso de las cuatro de la tarde no falta una que otra calle inundada que agrava los trancones habituales. Afortunadamente una compañera de trabajo vive cerca de mi casa y puedo darme el lujo de tomar taxi todos los días pues el pago es compartido. Y desde esa comodidad del taxi, protegido de la lluvia, es donde observo las avenidas grises y mojadas, la gente corriendo con prisa a seguir viviendo y cumpliéndole al sistema, los vendedores ambulantes que aguantan el chapuzón con la resignación del empleado regañado por su jefe. No hay diferencia entre los que están fuera de la comodidad del taxi y yo. Sólo unos cuantos billetes nos diferencian momentáneamente. Pero en realidad, no hay diferencias. Bastan un par de meses sin trabajo y estaremos nivelados, incluso puedo estar más abajo. Conozco la realidad del desempleo y el aislamiento social que eso conlleva. Antes, cuando vivía con coraje no me importaba enfrentar las situaciones. Ahora, cuando pienso en la posibilidad de estar por fuera del sistema, me llegan dudas y miedos sobre las cosas que puedo perder: salidas a bares, compras de libros, buenos almuerzos y cenas, invitaciones…. El Che Guevara tenía razón: la comodidad fragiliza al hombre. Lo peor es que no sólo fragiliza el cuerpo sino también el espíritu. Ambas cosas me disgustan. Con esta reflexión encuentro una gran verdad personal: estoy cómodo dentro de un taxi pero no dentro de la vida. Voy desviado de mi rumbo….. Pero mis años de universidad vuelven a salvarme. No es la nostalgia o el querer vivir en el pasado, esa época romántica ya la superé. Siento más bien la necesidad de mantener una constante integración entre los Yos que fui y el yo que permanentemente debo mantener. Tal vez por eso, en medio de tanta lluvia y tanta inercia existencial, vino a mi mente una mañana recibiendo una clase de literatura rusa. En mi recuerdo, era una mañana de lluvia pero sé que no era así en realidad. La mente deforma o embellece los recuerdos a conveniencia o a perjuicio. Pero ahora eso no importa. Recuerdo la voz cálida de una compañera leyendo este bello poema de Pushkin. Me gustó al escucharlo esa mañana y se me grabó en la mente y el corazón. Y hoy, 11 años después, le encuentro un significado más profundo. Hoy no es un bello poema ajeno sino una voz con la que me identifico y que, en algunas tardes, parezco estar viviendo.


La tempestad agorera
el cielo cubre de armiño,
y aúlla como una fiera
o llora como hace un niño.
O mueve el desvencijado
techo de pajiza trama,
como un transeúnte extraviado
a nuestra ventana llama.

La choza que el viento agita
es sombría, triste, insana.
¿Por qué estás, mi viejecita,
tan callada en la ventana?
¿La tempestad con su aullido
tu alegría, amiga, seca,
o te adormece el zumbido
que al girar hace la rueca?

Bebamos mi amiga buena.
¿Dónde el vaso, en qué rincón?
Bebamos por nuestra pena.
Se alegrará el corazón.
Cántame cómo el jilguero
a orillas del mar vivía,
cómo la niña en enero
agua del pozo cogía.

La tempestad agorera
el cielo cubre de armiño,
y aúlla como una fiera
o llora como hace un niño.
Bebamos, mi amiga buena.
¿Dónde el vaso, en qué rincón?
Bebamos por nuestra pena.
Se alegrará el corazón.


Noche de invierno. Alexander Pushkin.

1 comentario:

juanlor15 dijo...

La costumbre puede alejar a la gente de lo que esperan sean sus rumbos en otros ambitos que van mas alla de la sobrevivencia diaria que es impuesta a cumplir.

Carlos mi blog es juanlor15.blogspot.com por si de pronto lo quiere ver, puede repetirme el autor de "días de ira" que lo olvide porfavor, que bien que expresa en días de lluvia, algo parecido le pasó a mi papa. Hablamos luego.

Juan M. Quinche