domingo, 22 de junio de 2008

El lado oscuro de nosotros mismos

Tal vez sean los días lluviosos, los domingos cercados por las nubes que se cierran sobre los cerros orientales de Bogotá, y entonces cuando miro hacia el cielo me siento dentro de una bóveda brumosa que aprisiona el cuerpo y el ánimo. Debe ser un sentimiento colectivo porque cuando llamo algún conocido resulta que se queja de las tardes opacas y de cierta desesperanza. En mis reflexiones ya he transitado por la culpa que recae en la época, en el país, en la edad, en una educación que nos prepara para que una vida que no es…. En realidad hay momentos en que no importan las causas y, cuando es mucha la desesperanza, ni siquiera importa la salida. Hace unos años un farsante metafísico –de esos que mueve masas a punta de tocar emociones- me dijo unas palabras muy ciertas: “Tiene que sacar petróleo del desierto”. Quienes vivimos en países tercermundistas estamos acostumbrados a hacerlo, y tal vez no nos damos cuenta. Sin embargo, estos días de lluvia, -también de un mesías infalible rigiendo nuestros destinos desde un barrio colonial, de medios de comunicación que mienten y engañan para sostener al mesías, de verdades que duran veinticuatro horas, y de guías espirituales que llenan sus bolsillos y cuentas bancarias gracias al desespero de la masa-, es conveniente recordar nuestra habilidad de sobrevivir los áridos desiertos de los días y la vida. Suena paradójico que una época de lluvias nos sumerja en un desierto, pero es que la tristeza tiene muchos nombres. Para mí, no vale la pena buscar causas, y la ciencia aún no ha encontrado la forma de cambiar controladamente el clima del planeta, salvo el infortunio del calentamiento global en que vivimos. Hoy es domingo y llueve, y por eso preferí quedarme la tarde en el apartamento tomando un café mientras nostalgiaba un rato. Entonces me encontré estas escenas-poemas de El lado oscuro del corazón, una película que me gustó muchísimo en la época en que mi corazón buscaba tanto. Hoy sigue buscando pero de una forma más madura. Cuando miro la vida desde arriba, en el mapa de mi existencia, la búsqueda se confunde con la espera.

El primer poema es de Oliverio Girondo y pertenece al libro Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. No tiene título pero siempre lo identifican como “Llorar a lágrima viva”. Las palabras sobran porque Eliseo Subiela supo colocarle imagen para hacerlo más memorable, al menos para todos aquellos de mi generación que nos identificamos con la película.

El segundo poema se titula Rostro de vos, y su autor es Mario Benedetti, quien, por cierto, aparece en varias escenas de la película. No hace falta saber mucho de poesía para identificarse con los versos, hablan de la gran nostalgia que se siente cuando algo inmenso se nos ha ido. Hay lutos muy largos y expansibles: todo lo impregnan y después no es fácil retomar algunas cosas sin sentirlo. Pensándolo bien, el luto sólo es una visita a nuestro propio lado oscuro.

El tercer poema, No te salves, también de Mario Benedetti, alude a esa pasión que quiséramos encontrar en la pareja. Una pasión que compromete al ser humano con la vida, en su integridad y plenitud. Es una visión que nutre el amor, más allá de los romances meramente lúdicos y carentes de compromiso que predominan en nuestro tiempo.

Espero que disfruten los poemas-escenas. Creo que valen la pena por la literatura, por el cine, por la lluvia o la nostalgia.

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