viernes, 20 de junio de 2008

El hombre universal

“Busqué grandes hombres
Y sólo encontré lacayos de sus ideas.”
Fiedrich Nietzsche


Leí la frase de Nietzsche en un libro titulado “De Munich a Austwichz”, y el autor la colocaba como epígrafe para entrar a criticar a Hitler en cuanto a los millones de muertos que hubo tras la búsqueda de un ideal. El fundamentalismo, el fanatismo, un misticismo mal llevado, ese falso humanismo llamado modernidad que en realidad no es otra cosa que la entronización de una razón instrumental, se han constituido espejismos de la sociedad contemporánea. Lamentablemente hay cierta americanización de la vida que nos está alcanzando. El mismo Woody Allen decía que para los gringos historia era todo aquello que había ocurrido siete años antes. Ese inmediatismo nos está matando. Ese desconocimiento de la historia, y la no vinculación a ella nos está convirtiendo en una gran masa que perece resignadamente, indigesta de pequeñas alegrías o efímeros placeres. Lo único que trasciende es la tecnología, magia racional que nos deslumbra. Lo invisible perdió valor en un mundo tan práctico y productivo.

Sin embargo, en medio de la ignorancia de la gran masa, lo invisible es un producto que lucra a unos cuantos. El fundamentalismo sirve para el negocio de la guerra, el fanatismo para el negocio de la religión, y el misticismo mal llevado se convierte en una máscara del rencor contra el mundo. Los grandes hombres desaparecieron, aplastados por la catarata de traumas con que la psicología –seudociencia de nuestra época- ha intentado explicar cualquier comportamiento que se sale de la gran masa. Los locos hacen falta pero la sociedad no los soporta, lo mismo pasa con los ancianos y su sabiduría. Pero hasta los locos se convirtieron en un artículo de farándula.

Haría falta inventar un lenguaje que nos salvara de la locura ramplona de los “artistas” de farándula, del éxito restringido solamente a lo económico, de la espiritualidad reducida a un lenguaje bíblico o a una tradición vacía, de un amor comprado en el burdel de las comodidades y la vanidad. “Busqué grandes hombres…” escribió Nietzsche, y se refería a los hombres universales, aquellos que entendieron que la naturaleza de ser hombre no se escondía tras una terquedad machista y brutal sino tras la humildad del cambio, tras el aprendizaje y la asimilación de un universo que es más grande que nosotros.

Uno de los personajes más grandes que conozco es Pablo de Tarso, siempre he admirado su entrega a una causa en que creía –yo no creo en ella, soy escéptico- pero eso no le resta valor a un hombre verdadero, hombre por hacer valer su corazón. No sé en qué momento de la historia, el corazón del hombre dejó de ser el motor para buscar la grandeza de la vida, y se convirtió en la excusa donde habitan los miedos y el dolor, algo así como un miembro enfermo que ralentiza el cuerpo. Grandes hombres faltan, seres dispuestos a reconocer que vivimos llenos de errores, que nuestro ego debe ser sacrificado en honor de la verdad, del aprender, del crecer. Pablo perseguía cristianos, los martirizaba creyendo en su corazón que hacía lo correcto, sin embargo, cuando en el camino vio su equivocación, dio media vuelta y su corazón siguió con él. Y no fue una conveniencia, al contrario, fue una fatalidad para él. Lamentablemente, hoy en día nos acostumbramos a amar por favorabilidad, a aceptar verdades que nos convienen.

Faltan grandes hombres, falta la esencia del ser humano sobre la Tierra.

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