martes, 27 de mayo de 2008

Una cita con el destino

Uno de los cuentos más bellos que he leído se titula Hoy y la alegría, su autor es Mario Benedetti, quien se conoce más por su poesía. Sin embargo, mucha gente se ha perdido la faceta realmente grandiosa que tiene este escritor uruguayo: su narrativa. En Hoy y la alegría, un personaje relata un día en que tiene una cita con el destino, y en esa cita, finalmente, y para siempre, ha de cerrar un capítulo inacabado de su historia. Al inicio del cuento, el personaje tiene un despertar de esos que ocurren pocas veces en la vida, pero que logran concentrar en un instante todos los momentos vividos y todos los yos que alguna vez fuimos. Algo así como un amanecer en donde somos concientes del hilo invisible que atraviesa cada una de nuestras experiencias y las proyecta hacia un futuro que no nos es dado decidir o conocer anticipadamente.

El cuento me gustó desde la primera vez que lo leí, y lo he releído muchas veces. Por estos tiempos, me recuerda una época en que, al igual que el personaje, salía a caminar las calles de la ciudad y me internaba por barrios que no conocía o me detenía en parques que no eran míos, buscando esa cita que presentía o creía tener con el destino. Por supuesto, el destino que buscaba nunca llegó. Y mi vida transcurrió en el anonimato trascendente, propio de los soñadores.

A veces extraño ese vagabundeo justificado, sobre todo en momentos en que la treintañez ha hecho su efecto y la sociedad no me perdona la edad y yo mismo me exijo ser más productivo. Entonces recuerdo lo que me dijo un vidente callejero que leía el tarot en una carpa de la Plazoleta el Rosario, en una de las tantas ferias: -“Debe volver a confiar en el destino”-. Soy un hombre muy escéptico y creo poco en la fortuna y en las barajas, de hecho al nigromante le pagó un amigo. Sin embargo, me gustó la idea de volver a confiar en ese destino que tantos plantonazos me dio en el pasado. Y me gusta ahora, no sólo porque esas palabras llegaron en tiempos en que eran ciertas, sino también porque hay frases y palabras que calan en el alma. Eso es algo que también hace el cuento de Benedetti, cada vez que lo leo y lo releo. Por eso hoy, un día en que, al igual que el personaje, estoy dispuesto a que algo extraordinario me purifique, quiero compartirles este fragmento de lo más bello que tiene el autor uruguayo, y la literatura en general. Espero que lo lean y lo disfruten mientras yo sigo intentando robarme energía para alimentar pasiones, y tiempo y recursos para salir de nuevo a caminar –pero esta vez por la ciudad global- y buscar ese destino que me espera en alguna esquina de la vida. Esta vez, espero que me cumpla.

"Poco importaba que no fuera domingo ni primavera. Igual me sentía dispuesto a que algo extraordinario me purificase. En realidad, son pocos los días en que uno puede sentirse anticipadamente alegre, alegre sin ruedas de café ni cantos nauseabundos a la madrugada, ni esa pegajosa, inconsciente tontería que antes y después nos parece imposible; alegre de veras, es decir, casi triste.

Usted no podía saber que hoy, recién despierto, yo había admirado el lago de cielo -nacido, durante mi sueño, en la ventana abierta- que rozaba el pelo rubio de mi mujer. De mi mujer silenciosa, encuadrada en su costumbre, a los pies de la cama. Logré descubrirle, a pesar del contraluz, cuatro o cinco gestos, cuatro o cinco expresiones nuevas, tan sorpresivas, que me hicieron sonreír. No dijo nada, pero su silencio no alcanzó a incomodarme. Simplemente me pareció tonto explicarle que recién hoy había advertido un pasaje inédito de su rostro de siempre. Ni siquiera estaba seguro de no haberlo inventado.

Luego, entraron mis hijas. Entonces todos hablamos y en especial Laurita. En vez de mirarlas directamente, yo acechaba la enorme moña azul que devolvía el espejo, y en la imagen total de mi hija, con los brazos caídos a lo largo del delantal y su cabecita fluctuante entre síes y noes, me parecía reconocer algún delicioso títere que yo pudiera mover con mis preguntas, invisibles como hilos.

Me dejaron solo. La cama de dos plazas, la habitación entera para mí. Podía estirarme, separando las piernas al máximo, o juntarlas y abrir los brazos como un crucificado. En la pared, sobre la reproducción de una Madonna de Rafael, dos manchas de humedad se unían y formaban un simpático monstruo. Pero mirándolo con un solo ojo, era únicamente el tío de Aníbal, es decir, otra suerte de monstruo, con papada fláccida y oscilante. Probé a quedarme sin ojos y el cielo me llegó entonces en puntos luminosos e intermitentes. Cuando de nuevo los abrí, la luz se pobló de islas oscuras que estallaban y desaparecían.

Usted no podía saber nada de este hedonismo, de este momentáneo desajuste, de esta tonta sorpresa. Pero mis días transparentes siempre se ayudan con un retorno a mi niñez opaca, en la cual estos juegos míos con las cosas constituían la sola justificación del futuro, casi en el mismo grado que constituyen ahora la justificación única del pasado. Preciso esta conexión como un soporte. De vez en cuando necesito hallar esta soledad poblada, numerosa. Inevitablemente repercute en mi ser, diríase que me otorga identidad. Soy lo que soy y cuanto soy, de acuerdo a mis diferencias con ese patrón, con esa muestra. La comparación está dentro de mí como yo dentro de ella. El trayecto de mi identidad supone que he cambiado, pero la regularidad del cambio demuestra que soy el mismo. Acaso usted no halle en esto ninguna ansiedad verdaderamente promotora de alegría, pero yo sí la encuentro, más aún, la deseo. Por eso me gusta ser fiel a esa vinculación conmigo mismo, por eso me agrada cada uno de estos regresos a lo que ya no soy, justamente para alzarme desde ese pasado en desuso, desde esa plataforma casi absurda, hacia lo juiciosamente venidero"...

Hoy y la alegría. Mario Benedetti.

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