domingo, 16 de septiembre de 2007

Palabras y portales

Abrir un libro es abrir un portal en el tiempo y en el espacio, es vislumbrar la ruta hacia otros universos inimaginados donde nos esperan las palabras de hombres y mujeres que lucharon por vencer los límites del tiempo. Recuerdo que hace unos años vi una película en la que un hombre ayudaba a una mujer que huía a través de los infinitos universos paralelos del cosmos. Cada cierto tiempo, en algún lugar, aparecía un portal luminoso que al ser penetrado lanzaba a los personajes hacia mundos donde las situaciones variaban en historias paralelas. Así, en un mundo se había desarrollado las armas pero no la medicina, en otro los nazis habían triunfado en la Segunda Guerra Mundial, en otro las montañas rocosas conservaban no la imagen de los rostros de antiguos presidentes estadounidenses sino de personajes de la televisión vieja, etc. Abrir un libro es penetrar un pórtico similar, y somos lanzados a universos inverosímiles de aventuras y sentimientos, y por un tiempo compartimos nuestra vida con los personajes hasta entonces desconocidos en una historia que se acaba al cerrar la última página. Al igual que sucede en la realidad cuando concluye etapa vital en nuestra existencia, nos queda una nostalgia.

En las primeras páginas de “Sobre héroes y tumbas”, Ernesto Sábato nos abre las fronteras de Buenos Aires con sus parques nocturnos donde se refugian los solitarios, y las calles que arrastran a los enigmáticos. Miguel Ángel Asturias en sus “Leyendas de Guatemala”, nos pasea por la Guatemala indígena y sus pueblos de ancianos con güegüecho visitados en la noche por espantos milenarios. José Eustasio Rivera nos lleva en “La Vorágine” por áridas llanuras hasta lanzarnos al sopor frondoso de la selva colombiana, con sus arbustos tenebrosos y sus ríos implacables.

En tiempos actuales en los que mucha gente busca mera distracción en los libros y deniega el hábito de la lectura bajo la excusa de entretenciones mejores, es necesario tener en cuenta un hecho importante e inmanente en la acción de abrir un libro: el acto comunicativo. Creo que sólo es necesario recordar que en estos tiempos de incomunicación humana (a pesar de los sofisticados medios físicos de comunicación) que un libro es la materialización de una idea, de un recuerdo o de un hecho que se gestó en un momento y un lugar preciso del transcurso de la historia humana. Leer es acceder a ese momento, comunicarnos con lo intemporal y sabernos parte de un gigantesco proceso construido a partir de pequeñas emociones y actos más que de grandes momentos. La historia oficial habla de tres o cuatro grandes hechos ocurridos en determinado lapso de tiempo, pero ¿acaso no sufría y gozaba la gente de aquella época?, ¿acaso no se extasiaban con la noche tal como lo hacemos nosotros?. El olvido de esos pequeños detalles ha hecho que el hombre contemporáneo se sienta el gran descubridor de la vida como si estuviera inventando o hallando sentimientos y emociones nuevas. Sin duda que el desconocimiento o la no-valoración de las pequeñeces del pasado es en parte la causa de la actual soberbia humana.

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