domingo, 16 de septiembre de 2007

Viviendo a Bogotá

Muchas veces me había preguntado cuál podría ser la impresión que Bogotá causara a un viajero que, sin prejuicios, la visitara de paso simplemente. Yo era uno de los desdichados amantes de la ciudad que ya casi no podían soñar con ella, pues al recorrerla solo encontraba una realidad caótica. En rigor, los ojos con los que yo miraba la ciudad estaban prejuiciados por los periódicos y la televisión. El centro de Bogotá me parecía un hormiguero desordenado en el que la gente transitaba en una estampida insegura e impetuosa. Con todo, a veces era grato encontrar un delicioso extraviado que se paraba sencillamente a gozar de aquel caos. En ocasiones yo era uno de ellos, y me detenía en el Parque Santander a aplaudir a los mimos que imitaban a los transeúntes y divertían a los desocupados. Allí también encontré alguna vez al hombre que hacia las dos mil flexiones de brazos sin descansar. A veces en ese mismo parque se armaba una feria popular del libro, donde se conseguían ejemplares viejos y usados por muy buen precio. Pero todo esto se iba convirtiendo últimamente en una envidia personal pues cada vez era más riesgoso hacerlo.

Con todo esto, las características negativas del centro se estaban trasladando a los rincones más lejanos de la ciudad, o quizás el sentido haya sido a la inversa: el caos nacía en los rincones y buscaba el centro. En todo caso ya no se salvaban ni los parques solitarios que fueron la delicia de los adolescentes vagabundos: pasaban de ser una promesa romántica a una estadística de inseguridad.

Si alguien me hubiera pedido un consejo hace unos años sobre mi ciudad, yo hubiera la hubiera presentado como el lugar ideal para vivir, soñar y amar. En realidad yo estaba platónicamente enamorado de Bogotá. Como producto del sur disfrutaba de cosas sencillas. Visitaba parques solitarios como el Country Sur, Santa Isabel, Ciudad Montes... y acechaba en las tardes de semana la ilusión de encontrar en ellos a mi compañera caminante. En palabras de Khalil Gibrán, no era yo un loco pues aun tenía la esperanza de hallar a mi alma gemela.

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